MARIPOSAS

“Te quiero, pa” me dijo uno en ese tono de argentino irresistible que alguna vez sentí hasta en los vellos bajo mi estómago. Las mariposas intentaron volar pero miré atrás, al tiempo en que me mentía cada vez que me lo decía. Quisieron mover sus alas pero ni siquiera entonces sentí ni rabia ni rencor.

Intentaron levantar vuelo cuando apareció el santiaguino, cuando me siguió por la disco para decirme nada y justificarlo todo. Sin embargo sus alas pesaron impotentes cuando aquel tuvo que esconderse para poder alegrarse de verme.

            Movieron sus alas cuando el pendejo porno volvió, y aunque todavía me duraba lo caliente, escucharlo llorar perdones fue como manos de niño torpe agarrando por las alas cada una de las mariposas que habitaba nuestro universo.

            Mis mariposas estaban muertas.

            Y cuando despejé mis ojos de pasado llegaste tú a llenarlos de futuro. Y aunque viniste a mí como Mauricio Babilonia, traías tus bolsillos llenos de vida. Y llegaste a mí luminoso. Y de tus ojos y tus pestañas nacieron mariposas nuevas que revolotearon confiadas a mi boca, anidando en mi ombligo. Y lo llenaron todo, completaron mis vacíos y repletaron los espacios con luces que jamás olí, con sabores que encandilaron mis ojos y sonidos que me rozaban la piel.

            Y cuando se aquietaron no desaparecieron, estiraban sus alas para decirme que estaban ahí buscando tu rostro. E hiciste mías tus mariposas. Todas. Y me entregaste hasta la última, vaciándote como un niño a su alcancía a cambio de un tesoro. Y ofreciste todas tus mariposas por mí.

            Y estabas ahí. Y entre un montón de gente podría reconocer esos ojitos risueños iluminándome y nuestras mariposas volaron con sus colores de vuelta, guiándome hacia ti.

             Y el tiempo comenzó. Y te hice mi elegido. Y existí.