PALOMA



La Paloma llegó haciéndose lugar en la vida del gato. Otra ave había dejado un espacio en su vida y ella llegó como llegan las palomas, distraídas, así como llegan todas a la plaza. Las aves nunca fueron el fuerte del gato pero el espacio que había dejado el otro pajarillo era el más grande que tenía, se veía desde lo alto y la paloma, diminuta, se ubicó en ese inmenso.

Soñadora la Paloma, como era ella, acompañó al gato mientras el tiempo jugaba a avanzar, mientras fingía que trabajaba. Se convertían en cómplices, su incondicional, como jamás tuvo ave alguna. Y no la tuvo, ni siquiera era paloma.

Con la Paloma comenzó a subirse a los árboles, porque dejó de temerle a las aves y ellas dejaron de verlo peligroso. Con la paloma se sintió acompañado, porque a veces la paloma era un colibrí que iba y venía con dulzura y delicadeza compartiendo su cariño con el gato.

Con la paloma, el gato se sintió tan impreso de ella que comenzaron a crecerle plumas en el cuerpo y lo hicieron ligero. Le enseñó cómo dejarse llevar con el viento aun cuando seguía siendo gato, hasta que se lanzaron.

Volaba, era un gato emplumado inmune a la gravedad y juntos alcanzaron el cielo. Los colmillos le brillaban de felicidad destellando desde lo alto.

Salieron de la ciudad, su energía era inagotable y el espacio se les hacía finito. Recorrieron el desierto y las montañas de Latinoamérica hasta que ya no se sintió gato, se sentía grande, se convirtió en cóndor y volaron al atardecer.

Regresaron.

Volvieron a casa a descansar las alas, pero ya en ese momento el gato no reconocía a su paloma, algo la había cambiado. Había perdido la dulzura, ya no se convertía en colibrí. El gato, confiado, le preguntó por su frialdad pero ella no le respondió. Le dio vuelta la espalda y lo ignoró. En el segundo intento del gato, la paloma se le abalanzó encima. Era un buitre, inmenso frente al gato, y las plumas, a pico y garras, le quitó. El gato se defendió como pudo con sus débiles uñas de gato y algún dolor a la paloma-buitre le provocó. Huyó sin entender nada y se cobijó en un hueco, en las raíces del árbol que alguna vez fue su soporte. Volvió a ser el gato desconfiado que fue siempre, las marcas de la paloma se le quemaron permanentes en el pelaje y a ella jamás volvió.

La paloma aun vuela alrededor del gato. El gato aún vive en el hueco del árbol y desde ahí la mira volar pacífica como era. La paloma se ha acercado como paloma-colibrí pero el gato no ha vuelto a salir, nunca más voló.

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