LA ESPERANZA


Cuando golpearon la puerta, la señora no pensó en nadie en especial, a pesar de que estaba sola en casa por aquellos días. Tampoco trató de adivinar quién era. Mucho menos pensó en alguna visita, solo apagó la olla con el almuerzo listo y cruzó la casa por el pasillo hacia la puerta principal. Se apuró pensando en la lluvia que caía afuera que, si bien era una lluvia más suave de lo usual, sabía que había alguien empapándose mientras ella se demoraba en abrir.

El no anticiparse a intentar saber quién llamaba fue lo mejor que pudo hacer porque de todas formas no habría acertado. Lo entendió apenas los vio. Era una pareja de extranjeros con un bebé en brazos, que ya habían sido rechazados por el resto de los vecinos porque no era usual ver afuerinos por el pueblo, y ante la desconfianza que les daba la deferencia, optaban por cerrarles la puerta.

La señora, en cambio, no lo hizo.

Buscaban un poco de pan, o algo para comer. La señora los miró y entendió muchas cosas que no dijo, porque acostumbraba a decir lo justo y necesario. Solo reaccionó a hacerlos pasar para que salieran pronto del agua. Les ofreció asiento en la cocina, el lugar más íntimo de la casa, y puso un puesto para cada uno al calor de la estufa. A la mujer le ofreció de su ropa seca y al hombre le entregó algunas prendas de su difunto esposo para que se cambiaran y pudieran quitarse lo mojado.

Una vez estando secos, puso pan en la mesa y les sirvió almuerzo caliente. No le sobraba, pues no esperaba visitas, pero habiendo criado nueve hijos tenía ese poder para hacer cundir una olla de comida cuando era necesario. También calentó un poco de leche de su nieta más pequeña para darle al bebé que, a pesar de venir de la lluvia, se encontraba seco y abrigado. Aunque el abrigo no quita el hambre.

La lluvia no cesó con el pasar de la tarde, pero sin importar la inclemencia de la tormenta, los forasteros sentían que se habían aprovechado demasiado de la hospitalidad de la mujer, así que comenzaron a prepararse para seguir su camino. La señora los detuvo. Antes de que ellos se hubieran dado cuenta les había preparado una habitación para que pasaran la noche y había encendido el bracero para hacer su estadía más acogedora. Ya por la mañana la lluvia debería haberse detenido y podrían irse con algo de descanso en el cuerpo.

Temprano en la madrugada, los forasteros hicieron sus camas y arreglaron sus cosas para incomodar lo menos posible y para que se notara el agradecimiento ante tanta hospitalidad recibida a pesar de ser unos completos desconocidos. Cuando abrieron la puerta de la habitación sintieron los pasos de la señora caminando hacia ellos. Se acercó con un tono muy maternal y triste a darles los buenos días y les avisó que el desayuno ya estaba servido. No querían aprovecharse más de la generosidad de la señora, pero tampoco querían despreciar su invitación, así que aceptaron advirtiéndole que esa sería la última atención que permitirían, que no podrían, por ningún motivo, seguir recibiendo más. No tenían como pagar ni agradecer tanta bondad, la que no habían recibido hasta entonces y que tampoco habrían podido imaginar jamás, ni siquiera en su más ingenua esperanza.

Mientras compartían el desayuno, la pareja seguía deshaciéndose en agradecimientos, casi con culpa, por la ayuda que les habían brindado. Fue recién entonces cuando la señora al fin dejó salir algunas palabras que ayudaron a la pareja a entender todo:
“Coman todo lo que quieran y descansen lo que necesiten… Mi hijo... Un hijo mío también está probando suerte en otras tierras y de él no sé nada ya hacen dos años. No sé si come, si tiene donde dormir, si tiene donde pasar la lluvia. No sé si tiene ropa seca o agua pa’l mate, ni si tiene un bracero pa’ calentarse en la noche. Pero si yo estoy atendiéndolos a ustedes como si fueran hijos míos, donde sea que él esté espero que también haya alguien tendiéndole una mano. Así que coman y lleven tranquilos todo lo que necesiten, que tienen que alimentar y abrigar al chiquillo también. Sírvanse no más.”

Después del desayuno los forasteros se fueron, con la pena de saber que no volverían a encontrarse con otra persona como ella. De la misma forma, esperaban poder darle a la señora esa misma certeza del bienestar de su hijo, o de un pronto reencuentro. La pareja se fue agradecida de la señora por su bondad y agradecidos de la vida por cruzar sus caminos.


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